sábado, 17 de febrero de 2018

De recuerdos y tragedias

Dos horas de coche diarias (si no más) dan para mucho en el trayecto. Y una de las cosas para lo que dan es para escuchar música. Y no una música cualquiera, sino la música que durante años ha sido la que me ha marcado y, supongo, definido parcialmente.

Uno de los discos que he vuelto a escuchar ha sido el Vs, de Pearl Jam. Sin duda, mi grupo favorito, y al que, curiosamente, no he visto nunca en directo (este año, en Madrid, pinta que tampoco podrá ser). Recuerdo de este disco, cuando salió, que fue el que me descubrió al grupo, que ya llevaba un rodaje interesante y desconocido para mí por aquel entonces. Ponían a todas horas la canción Daughter en la radio y yo flipaba con lo que me provocaba. Intuyo que tendría 15 o 16 años y me quedé alucinado con lo buenos que me parecía. Llevaba un par de años, con el paso al instituto, escuchando música a diestro y siniestro. Todo lo que me copiaban, me dejaban, me comentaban o ponían en la radio me parecía la leche.

Resultado de imagen de cinta tdkEl que compraba los discos en casa era mi hermano y yo, por ende, escuchaba su música, que no me disgustaba y gracias a ella empecé a tener más inquietud por saber y conocer más grupos. Al no tener mucho dinero casi nunca, tenía que andar siempre pidiendo una copia en una TDK de 60 para poder disfrutar de los nuevos discos. Modo gorrón a tope dada la precariedad (un saludo a los amigos del billete de 1000 ptas. del que me encariñaba tanto, que me daba palo cambiarlo. Gracias por la paciencia). El caso es que después de Daughter pude escuchar la que creo es una de mis canciones favoritas, como Rearviewmirror. Pero no me quedé ahí y quería saber más sobre el grupo en cuestión. Hasta que me llegó la oportunidad de escuchar un disco anterior de ellos, muy exitoso y del que había vivido hasta entonces ajeno a su existencia (impensable) donde cada canción era mejor que la anterior. Tocaba el cielo con mi walkman y mis auriculares, disfrutando de la música y de ese Rock tan diferente que arrasaba en Seattle y llegaba a España como la gran novedad (grunge). Empecé a dejarme crecer el pelo, quería teñirme la barba de blanco, pintar mi habitación de negro, camisetas de grupos, y camisa de leñador atada a la cintura, con vaqueros y zapatillas lo más raídas posibles.

El caso es que en ese disco Ten había una canción que narraba un hecho que conmocionaba por entonces a los yankees por lo brutal del mismo. La canción en sí es Jeremy (ver vídeo al final de esta entrada), inspirada en la historia de Jeremy Wade Delle. 

Jeremy era un chaval introvertido oriundo del estado de Texas que un día de Enero del 91 exclamó en clase, delante de sus compañeros y su profesor,  haber encontrado lo que buscaba. Sacó un revólver,  lo introdujo en su boca y disparó.El impacto de la noticia, que había llegado a todos los rincones, inspiró la canción bajo la pregunta cómo pudo pasar algo así.

Sin duda, esa pregunta, a raíz de los acontecimientos de esta semana en Florida, nos la podemos seguir haciendo, pero sabiendo claramente ya la respuesta. Recordemos que la historia de Jeremy ocurrió en el año 1991.

Reflexionar sobre la relación de los americanos con la posesión de armas amparada por la segunda enmienda de su constitución es tarea de los medios mundiales. Esta reflexión está tan impregnada en el ADN ciudadano, que provoca ofensa a los que, tras cada triste acontecimiento, acusan de reabrir un debate doloroso, y en el que el sector conservador (y de extrema derecha), animados por el lobby de la AsociaciónNacional del Rifle y su tan famoso ex presidente, Charlton Heston , se abalanzan para decir la ya conocida frase “este debate no toca abrirlo ahora. Dejemos que todo se enfríe y no solucionemos las cosas desde el dolor”. 27 años han pasado y pasarán más de mil años, muchos más.

El recuerdo que me llevó a escuchar de nuevo ese disco fue precisamente este pasado 14 de Febrero y coincidió con otro brutal atentado en un instituto, a manos de otro chaval introvertido, con problemas familiares y de largo recorrido, que desembocaron en la matanza.

Te pones a mirar la lista deasesinatos de esta índole y, curiosamente, la mayoría han ocurrido en Estados Unidos, el mismo país a la cabeza en el comercio de armas, de la mano de Rusia y China (ahora se les suma Corea, la mala) y el mismo país que habla de seguridad de sus fronteras, de los terroristas islámicos (adiestrados con sus fondos y armas en la época de la Guerra Fría) que pretenden matar el sueño americano y la libertad del mejor país del mundo, como ellos se califican.

Ninguno de los presidentes habidos desde la elaboración de la Constitución americana ha abierto el debate del control de tenencia de armas dentro de sus fronteras con éxito.  El presidente actual, escribe un Tweet y fin del tema. Obama lo intentó pero los del Rifle se opusieron a ello (solo por intentarlo te dan el Nobel de la Paz, aunque luego bombardees Siria y Afganistán). Y el problema dicen que viene de fuera, cuando está en casa y lo han criado desde bebé.

Desconozco cómo se puede asumir una tragedia así. Soy incapaz de imaginarme el dolor de los padres que llevan a sus hijos a un instituto y es la última vez que los verán. Imposible imaginar cómo se puede vivir en un país donde hay más armas que habitantes y se pone una ley estricta para evitar que un chico de 16 años compre alcohol pero que sí pueda comprar fácilmente con 18 años un rifle de asalto (siempre que no seas extranjeros y no tengas antecedentes).

A todo ello, hay que sumarle la pérdida absoluta de valores sociales basados en el respeto a lo diferente y que establece una sociedad competitiva que se encarga de eliminar todo aquello que no entra en el flujo de la corriente dominante. Puedes entrar y sufrir las consecuencias, o quedar fuera y asumir que debes ser señalado como algo anómalo. Es el perfil generalizado de estos chicos que acaban cometiendo semejantes actos de terrorismo. Los mecanismos sociales no son capaces de abarcar las necesidades concretas en familias desestructuradas ya que se ven desbordados por el alto rango de desigualdad social en una de las primeras economías mundiales.


Como decían hace poco en un programa de radio, las verdaderas armas para acabar con barbaries como las que asistimos a diario en cada rincón del planeta están, precisamente, en lugares como en los que se cometió esta semana el asesinato de 17 chicos y los mejor armados son los profesores, que disponen de las herramientas necesarias para que la sociedad futura evolucione hacia una sociedad de valores humanos, del respeto a lo diferente, a lo diverso y global a la vez, donde no sea necesario invertir el 3 % del PIB mundial en armamento y sí en recortar la gran distancia que nos separan a unos de otros dependiendo del lugar donde naces o el color de tu piel. Las mejores armas se encuentran en las escuelas, y debemos dejar que las enfunden los más preparados para ello; los profesores.


Anotación del 25 de Febrero de 2018:

Parece que la última frase escrita en este post fue una premonición mal interpretada por ese personaje que dice ser presidente de todos los americanos. El señor de la tortilla en la cabeza a declarado que, efectivamente, las mejores armas se deben encontrar en las escuelas. Nada que ver con la alusión metafórica por mi parte de la educación, sino con el hecho real y literal de la frase: Donald Trump quiere que, ante el problema de las armas, los profesores respondan con más armas. "Quiero que mis escuelas estén protegidas igual que quiero que mis bancos estén protegidos". La intención de este señor es motivar sobre esa idea al profesorado a base de darles bonus económicos, o lo que es lo mismo, comprar conciencias. 

Semejante atrocidad no merece ni un minuto de atención. Me quedo con este otro vídeo de uno de los supervivientes del atentado ante el senador Rubio, cuya campaña está financiada por la Asociación del Rifle. 


sábado, 10 de febrero de 2018

Con dudas

Dudas sobre si uno lo estará haciendo bien en la vida, principalmente. ¿Y quién decide qué está bien y qué está mal? Pues, tratándose del este tema en cuestión, entiendo que el primero; yo mismo. Y después, todos los que me rodean, con mayor o menos cercanía.

Empezando por mí, creo que para saber si voy por un camino correcto, deberé plantearme antes qué es un camino correcto. Deberé saber qué es eso de estar haciéndolo bien en la vida. Creo que no hay un concepto universal para ello y que las dudas, por tanto, están fundadas por las pocas posibilidades de encontrar una respuesta válida.
Intuyo que también influye un factor importante para responder como es el contexto en el que se ha movido y se mueve mi vida, ya que eso también condiciona mi manera de pensar y de actuar. Y sobre todo, condiciona mi personalidad, ya que, en mi caso, ese contexto ha modificado mucho mi forma de ser.

Una de las cosas que aporta la edad y el paso del tiempo, es que vas acumulando una muestra válida para empezar a hacer valoraciones. Se podría decir que, en números gordos, uno ya ha vivido la mitad de su vida.El mero hecho de llegar a hacerme una reflexión así acojona. Sobre todo cuando sigues viéndote como en los años de estudiante y no piensas que ya han pasado muchas cosas desde entonces. Por otro lado, esa muestra acumula una serie de vivencias que, en mayor o menor medida, te han ido dando forma como persona y han ido definiendo el concepto de lo que tú eres a día de hoy. Me gusta pensar que es como la mesa de la cocina en casa de tus padres que ha visto pasar tantas historias y que en sus marcas, manchas y desperfectos, definen algo común a todos los que se han sentado alguna vez a ella.

Mis dudas, en este caso, vienen ahora por saber, como indicaba al principio, si el camino que llevo lleva a algún sitio positivo. Y luego viene la pregunta de si es más importante el destino o el trayecto. Yo creo que ambas cosas en su justa medida. Pensar en lo que has vivido hasta ahora y en lo que le queda a uno por pasar es triste (por no poder repetir lo bueno), reconfortante (por poder dejar atrás lo malo) e interesante (por saber lo que está por venir). 
Estas dudas han aparecido hace poco porque he estado pensando en esas cosas vividas que han ido cambiando mi forma de ser, fundamentalmente, a peor, y pienso con mayor frecuencia en el concepto que tienen de mí los que me rodean, sobre todo los que más me importan, y qué recuerdo dejaré el día que no esté. Y en ese recuerdo va todo, no solo lo más reciente, sino todo lo que uno es capaz de abarcar con la memoria, como los recuerdos que uno tiene de esos grandes momentos con sus abuelos durante la niñez hasta el día en que toca despedirse. Son de largo recorrido. Y yo creo que no sean como estas reflexiones, sino de muy buena calidad. De piel- piel, como las chaquetas buenas de antaño.

Pienso en los errores que cometo por mi tozudez, por mi manera desenfocada de ver las cosas, por intentar actuar de manera coherente cayendo constantemente en incoherencias, en que mis cagadas puedan ofender y molestar a los demás, en que les genere pena por ello y en arrepentirme tarde de no haberme dado cuenta de que determinadas decisiones llevaban a destinos no muy buenos.

Me puedo justificar diciendo que todos la cagamos, pero es que a mí se me queda corto ese argumento, porque cuando intentas seguir el lema de intentar llevar una vida lo más coherente posible sin que sea a costa de los demás, vas a cometer errores que, en ocasiones, afectarán a los que te rodean.

Un día me gustaría sentarme con todos los que creen que alguna vez me he equivocado con ellos en algo (con algunos ya lo he hecho) y ver dónde reside la base de esas diferencias, para saber si puedo corregirlas o simplemente debo convivir con ello e intentar no cagarla la próxima vez.
La verdad es que es jodido tener una responsabilidad tan grande como ser una buena persona. Más aún si  tienes la capacidad de que lo que hagas o digas, provoque un cambio, por pequeño que sea, en alguien de tu alrededor.


A grandes planes, grandes decepciones. Todo reside en saber gestionar durante el camino de la mejor manera posible. Pero eso no se enseña… 

jueves, 26 de octubre de 2017

Deseos

Me sigue resultando sorprendente cómo podemos ver la vida con tantas perspectivas con la mezcla del paso del tiempo y un ligero cambio de aires.
Esos nuevos aires están haciendo que vuelva a acercarme a la lectura, la cual tenía largamente olvidada. En los últimos dos meses he leído ya cuatro libros y todos ellos me han dejado algo en común: retomar las ganas por escribir.
No es el momento, quizás tampoco el lugar, pero sé que algún día podré dedicarme a intentarlo. Sigo sin saber cómo, ni sobre qué, pero intuyo que algo haré, de algún modo.
Cuanto más leo, más recuerdo cómo nacieron mis ganas de expresar ideas con las letras. Y recuerdo el tiempo en el que nació aquella sensación, que trae consigo una mezcla de muchas cosas, de muchos sentimientos y de muchos otros recuerdos.
Llegué incluso a empezar a dar forma a una idea sobre una historia. Algo que, como casi siempre que me siento a escribir, viene provocado por un jaleillo emocional acaecido. Es como la manera de calmarlo. De sacarlo.
Abrir el candado de la imaginación
Recuerdo que, aún en casa de mis padres, en lo que fue la habitación de mi hermana  y que pasó a ser mi estudio cuando ya no estaba, me quedaba largas horas en el ordenador jugando a un videojuego que llegó a aburrirme soberanamente. Cuando me cansé, decidí abrir el editor de texto y empezar a juntar frases según me salían. No tenía ni idea pero las tres primeras líneas resultaban ser una mezcla de la expresión de mis sensaciones, con la idea de intentar ponerlas fuera de mí, en la persona de otro. Y así fue como me lié a inventarme cosas completamente improvisadas.
Resultó que, lo que había empezado un poco de casualidad, sin saber bien en qué matar el tiempo, empezaba a tomar una forma rara, pero a la vez, empezaba también a definirse. Me daba cuenta de que, a medida de que escribía, mis ideas me iban llevando por calles un poco resbaladizas. Pecaba de ufano y pensaba que, si dejaba simplemente salir mis ganas y la inspiración que me viniera a visitar, todo iría tomando forma por sí solo, como si yo solamente fuera el que apretaba las teclas, la marioneta al que movían con hilos. Pero nada de eso. Los personajes se me aparecían en la cabeza y sus diálogos se me mezclaban con cosas vividas, o con cosas vistas, se enredaban, empezaban a atascarse. Una idea no encajaba con la otra, pero, de repente, algo aparecía que le daba una nueva vía de escape a la trama.
La mezcla de recuerdos de escenarios con los imaginados, era una manera de empezar a hacerme preguntas sobre cómo y qué podía contar que fuera creíble. Entendía que mi entorno de aquel entonces debía formar parte de todo como envoltorio, ya que era de algo de lo que podía escribir con credibilidad, pero pronto me di cuenta que había que hacer un trabajo muy complejo para que la cosa tomase cuerpo en condiciones.
Todo se fue mezclando y la temática derivaba en un tema delicado y de actualidad por aquel entonces. Me vi sacando libros de la biblioteca sobre temáticas peliagudas y leyéndolos en el metro, forrando las tapas para que la gente no me mirase mal, ya que pude percatarme en alguna ocasión de que más de uno se llevaba una impresión errónea sobre mí.
Creo que, por aquel entonces, estaba muy frustrado por tener que repetir la Selectividad, que me daría acceso a la Universidad. Me había quedado rezagado del resto y pensaba que no iba a sacar fuerzas yo solo, para repetir lo que ya había aprobado, así es que me apunté a una academia todo el curso, que me pagaba trabajando en verano. Esa frustración fue la motivación para escribir.
Los trayectos en el metro eran una mezcla de repaso de apuntes de la academia, con lectura de tres libros simultáneos para tomar notas que pudieran dar un poco de cuerpo a la historia y los detalles.
Me reencontré en mis horas de estudio con antiguas personas con las que coincidí en otros tiempos y se convirtieron en improvisado jurado de lo que se me iba ocurriendo. Necesitaba ver por dónde iba y qué sensaciones le provocaba lo escrito a los demás.
Llegó la selectividad, la prueba que me daría posteriormente acceso a estudiar la carrera que elegí (no la que quería) y que me ha llevado a donde ahora estoy. Tuve que dejar todo para preparar los exámenes y, a la vuelta del verano, empecé una etapa en la carrera que recuerdo con mucho cariño por muchas cosas. Me zambullí en experimentar todo aquello, lo cual era de lo más agradable y, a veces, de lo más jodido. Fueron un par de años que me renovaron en muchos sentidos, por dentro y por fuera.
Entonces me di cuenta de que el tiempo y un cambio de aires ayudan a limpiar las telarañas de la cabeza y los nubarrones grises que nos colocamos muchas veces.
Esa pausa que me dio la selectividad se está alargando mucho, pero intuyo que más pronto que tarde, me montaré un despachito agradable, en el que entre la luz del sol por la mañana, con una mesa repleta de papeles y un ordenador con una hoja en blanco en la pantalla que ponga Capítulo 1.
Antes de llegar a ese momento, deben pasar muchas cosas y tengo que aprender otra tonelada de otras para saber sofocar mi osadía de entonces, pensando que las musas escribirían fácilmente una historia por mí. Aprender a ligar ideas, a documentar párrafos, a dar vida creíble a personajes reales…Son muchos deseos. Pero todo llega.


PD.: Si a alguno le da por leer este post, le recomendaría que leyese cuanto antes El libro de los Baltimore, de Jöel Dicker. Creo que ese libro me ha dejado una sensación tan buena, que podría empezar a leerlo ahora mismo de nuevo.

sábado, 12 de noviembre de 2016

CONSECUENCIAS

Que la humanidad se ha vuelto loca es algo que parece evidente para muchos. Que esa locura está acabando con nuestro entorno, con nuestro planeta, es algo que muchos aún no quieren ver (por sus intereses personales o profesionales) pero que pasará de manera irremediable a pesar de los necios que lo niegan. Que estamos contribuyendo a que esa cadena de relaciones causa- efecto se acelere, es palpable a tenor de las decisiones que las sociedades occidentales, principalmente están tomando (París será siempre la ciudad de la Torre Eifel y no donde se dijo que había que ponerse las pilas para que tengamos agua para todos en los próximos 50 años). Ponemos nuestras vidas y las de nuestras futuras generaciones en las manos equivocadas y luego nos sorprendemos de los resultados.
Errores pasados presentes
Aparentemente, la sociedad, como conjunto de personas que comparten entorno y se relacionan entre sí, limitando con normas y acuerdos esa relación, está basada en una idea interesante, llevada de manera fatal a la práctica, en mi más humilde opinión. Los últimos acontecimientos políticos en España y USA son buenos ejemplos de cómo en esas sociedades, una gran parte de su población va a quedar estigmatizada y asumirá consecuencias que les afecten negativa y directamente, sin haber sido ellos los que hayan decidido.
Mi corta imaginación no da para imaginar sistemas sociales donde la igualdad y la justicia sean más patentes. Los principales culpables de que todos esos sistemas no sean más que utopías somos nosotros mismos, los que formamos parte de esas sociedades.
Que Internet será el mayor avance tecnológico de nuestra era, con una repercusión global como lo pudo ser el fuego, la rueda, la imprenta, o el aeroplano, no se le escapa a nadie. Que de ese avance tecnológico nos hemos hecho esclavos y hemos condicionado nuestra evolución social, para lo bueno y para lo malo, creo que se va palpando más y más a diario. Hemos creado una herramienta que ha cambiado nuestra vida para siempre, pero nos somos conscientes ni tenemos capacidad de medir las consecuencias que ello nos acarreará.
Compartimos nuestra intimidad a diario, consciente o inconscientemente y nos parapetamos en una aparente seguridad y anonimato que no existe. Cada uno de nuestros pasos, de nuestros deseos, de nuestros gestos informáticos en Internet, dejan un rastro que nos definen, que nos deja al descubierto. Internet es una puerta de infinitas posibilidades, con una proyección exponencial de las consecuencias de sus acciones, positivas y negativas.
En el anterior post mencionaba las contradicciones de nuestra sociedad con las decisiones que tomamos. Yo mismo me doy cuenta de que, con mis actos más que normales, me contradigo entre lo que pienso y hago, comprando por ejemplo en cadenas de multinacionales, ropa que sé que ha sido elaborada por mano de obra explotada, por ejemplo. ¿Por qué lo hago entonces?
Para mí, la respuesta es compleja y sencilla a la vez. Si la respuesta se puede contestar a la gallega con otra pregunta, sería ¿qué alternativa se me ofrece? ¿Está ajustada esa alternativa a la necesidad de una mayoría y a los principios de esa mayoría? Esas preguntas, creo que también serían complejas de contestar. La respuesta sencilla, para mí, sería decir claramente, que soy una marioneta del sistema, con derecho a pataleta en nuestras amadas redes sociales, que han aumentado nuestro nivel de frivolidad hasta unas cotas insufribles.
Alguien me podría decir que no compre ese artículo en esa tienda que explota incluso a niños. Podría irme a una tienda de Comercio Justo y gastarme 3 veces el valor del anterior artículo, y pensaría que ese comercio es justo para los que lo producen, pero que el sistema no lo es conmigo. Para ser consecuente con mi conciencia, debo emplear más dinero (incluso en desplazarme a esa tienda, que ha sido apartada del centro comercial masivo donde se concentra la atención del cliente), pero por ser consecuente con mi sociedad, yo no voy a recibir más sueldo, al contrario. Por lo tanto, mi libertad de decisión no es plena, sino que está condicionada por mi nivel económico y mis ingresos (hablo de artículos de primera necesidad, no de lujos como unas gafas de sol, por ejemplo). El sistema me ha condicionado y sugestionado para que, finalmente, mi elección sea contraria a mis principios.
El idealismo lleva dándose de tortas con la realidad durante toda la historia de la humanidad. Somos capaces de conceptuar esos elementos de armonía, pero como sociedad, no seremos nunca capaces de llevarlos a cabo. Como ya he dicho, buen fondo, nefasta puesta en escena.
Somos por tanto en germen de nuestra decadencia. Nos hemos inventado como grupo con taras, y hemos creado tarados para que nos dirijan. Lo hemos asumido como algo normal, y en las últimas dos décadas, no hemos otorgado de las herramientas suficientes para que nuestros niveles de estupidez e ignorancia aumenten de manera gradual y proporcional, al nivel de control que esos tarados ejercen sobre nosotros. En el pasado nos dimos conceptos como el de democracia, república, elecciones, voto y hemos ido aparcando valores como la reflexión, el diálogo o la compresión del otro (la ahora llamada inteligencia emocional), los hemos estigmatizado dejándolos en el mundo del idealismo, y los hemos sustituido por la inmediatez, la posesión de lo material y, sobre todo, Internet.
El mundo estaba bastante jodido desde hace tiempo, pero desde el martes 8 de Noviembre de 2016 es un lugar mucho peor en el que habitar. A mí, que espero que me quede aún media vida por delante, me importa ya eso un carajo, pensando en lo que les va a tocar vivir a las generaciones que vienen detrás. Ellas serán las que sufran aún más las consecuencias del cambio climático que negamos, la exaltación del fascismo que nuestra historia ha repetido numerosas veces, la quema de los valores sociales que se construyen entre individuos educados y con pretensiones nobles y, en resumen, un panorama realmente apocalíptico del que no soy capaz (y aunque lo fuera) de imaginarme sus vertientes más canallas.
Como dijo esta semana un analista de los resultados electorales de USA, cómo le explico a mis hijos mañana, cuando se levanten, que el mundo en el que yo les educo a ser respetuosos con el otro, con sus mayores, donde trabajar en común con la gente es mejor que trabajar contra ella, donde no les debe importar el color de la piel de su compañero de clase (¡qué sabrán ellos ahora de creencias u orientaciones sexuales!), ese mundo donde el fin no justifica los medios, donde yo soy igual de importante que el que tengo junto a mí…cómo les explico todo eso hace tiempo que no existe, y que se tienen que preparar para otro en el que pisas o te pisan.

Me cuesta horrores sacar una gotita de positivismo entre tanta mierda humana que generamos. Para qué engañarnos. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Catalogando

Diseñado para tu neceisidad
Viendo el catálogo de IKEA, una de las cosas que percibo en cada una de las páginas que ofrecen, es una sensación de irrealidad, de engaño permanente. Creo que los publicistas y encargados del marketing consiguen con ese catálogo exactamente lo que quieren; despertar en el cliente que esa irrealidad que ellos muestran en cada foto, en cada ambiente mostrado, es exactamente lo que ellos necesitan, lo que nosotros queremos y anhelamos. Yo mismo me descubro pensando en cómo quedará esa lámpara o ese mueble que veo en la realidad de mi cocina o mi salón, deformando esa realidad hasta hacerla coincidir con la de la foto para convencerme de que ése, y no otro, es el producto que encaja con mi necesidad y que IKEA lo ha vuelto a conseguir. Ha puesto, con muy poco, al alcance de mi mano ese poquito de felicidad y confort que me hacía falta, aún sin yo saberlo ni realmente necesitarlo.

Correr la cortina y ver la trastienda de todo eso es perjudicial para cada uno de nosotros. Nos interesa vivir ajenos a todo lo que queda detrás de las páginas del catálogo y que encierra un gigante mundial como esta empresa, de la que encuentras una tienda en cualquier ciudad de Europa y América donde el interés particular haya vencido al interés general de esa población.
Impresionantes superficies comerciales se abren paso generalmente a las afueras de estas ciudades (¿una manera de asegurarse una necesidad de transporte de sus objetos?) al amparo en muchos casos de acuerdos urbanísticos poco claros. Detrás de esas puertas se esconden las condiciones salariales de aquellos que hacen que el imperio se mantenga (de que prospere ya nos encargamos los clientes), la procedencia poco clara de sus materias primas, lo que ha sido necesario para conseguirlas (una producción a esa escala debe provocar una gran demanda de madera a nivel mundial. Desde la más absoluta ignorancia, ya que no he indagado demasiado en ello, pienso que la madera necesaria deja superficies taladas en algún lado y que la desertización, si no hay una repoblación efectiva de lo talado, avanzará tranquilamente. Si, además, esos focos de materia prima están en zonas protegidas o con valor natural a proteger, ¿respeta IKEA esos principios?) y los acuerdos comerciales poco claros que permiten una actividad entregada plenamente al capitalismo/ consumismo del que todos formamos parte. Un mecanismos que, en última instancia, alimentamos con nuestras supuestas necesidades a partir de un catálogo generadas.

Esa falta de contacto con la realidad de una actividad comercial, me pregunto si será extrapolable a la falta de contacto de la clase política con sus ciudadanos. Entiendo que, en ambos casos, el objeto común, el consumidor, también llamado pueblo soberano para que nos suene mejor, es tratado como un simple objeto dentro de un engranaje que responde a un fin mayor. De ese consumidor se espera nada más que ejerza su “libertad” condicionada (llámese catálogo o llámese promesa electoral) para que el engranaje siga funcionando, manteniéndole siempre alejado de la trastienda que esconde los entresijos de ese mecanismo, en ambos casos, llamado capitalismo. Formamos parte de él, queramos o no, y nos contradecimos constantemente entre nuestras acciones y principios. Exigimos que los políticos tomen contacto con la realidad de nuestras necesidades para que, con nuestro dinero, respondan a un teórico interés común de la sociedad, mientras nosotros compramos tecnología, ropa y otros objetos, cuyo origen es equivalente, en muchos casos, a esclavitud, condiciones laborales más que deleznables, acuerdos comerciales más que dudosos, y personas perjudicadas en aras de un producto final, casi siempre muy por encima de las necesidades de muchos. Nosotros miramos para otro lado mientras compramos todas esas cosas, y, en muchos casos, aplaudimos y escribimos páginas de alabanza en los periódicos, sobre aquellos que han basado su imperio en todos esos inhumanos aspectos antes mencionados. Creamos figuras a las que subimos a altares y, si tienen nacionalidad que nos interese, encima presumimos de ellas porque son “paisanos” hechos a sí mismo a base de esfuerzo y otros cuentos chinos.

Somos una contradicción con cada decisión que tomamos. Basta con mirar nuestras casas y ver la cantidad de cosas de las que podemos prescindir y que hemos comprado a esos imperios. Luego exigimos a los que elegimos como representantes, independientemente de lo poco limpios en sus actos o ideas que sean (es que son de los míos, argumentamos), que sean honestos con sus ideas y acciones, consecuentes en el discurso. A ese nivel es además, más que exigible. Al nuestro, es completamente perdonable aumentar la discriminación, la explotación, el subdesarrollo y la desigualdad. Miramos hacia otro lado y fuera.

¿Es un reflejo la clase política de lo que nosotros mismo proyectamos a la sociedad? ¿Es quizás una comparación muy osada e insultante para algunos? Supongo que todo es comparable siempre que se admitan matices porque, a grandes rasgos, hay comportamientos del día a día que  se repiten también, a mayor escala en los telediarios.
¿Hasta qué punto se puede llegar a ser contradictorio con tus ideas y tus actos? ¿Cuál es la frontera que nos ponemos para decir “hombre; es que eso no se puede comparar con mi caso”? Quizás debamos definir y redefinir esos matices que hacen o no las cosas comparables. Pero a mí siempre me da que pensar que la manipulación que sufrimos a diario esté provocada por los mismos y hacia los mismos. Quizás de ella aprendemos y después nos comportamos, o quizás está directamente ya basada en nuestros propios comportamientos y adaptada para nuestras necesidades. Esa reciprocidad es lo que da algo de miedo y nuestro borreguismo diario para sentirnos cómodos en un mundo de locos.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Fácil parece

Hoy me ha ocurrido una cosa en el trabajo que me ha hecho reflexionar en el mismo momento en el que la vivía porque viene a colación con la actualidad de España, esa nación que muchos tratan de describir y pocos lo consiguen...

¿Por qué no?

Estábamos en una reunión, en este caso "jugando fuera de casa" ya que no era en nuestras oficinas, dirimiendo de qué manera íbamos a llegar a un acuerdo económico después de una relación laboral la mar de tortuosa en nuestro anterior proyecto. La empresa en cuestión es referencia en su país dentro del sector que desarrolla. Son, como dicen aquí, el Mercedes del sector en cuestión. 

A la mesa nos sentábamos 3 personas de cada compañía y todos nosotros nos sentíamos en plena posesión de la verdad absoluta. En nuestro caso, al ser la parte contratante, que es al final la que mayor presión y responsabilidad recibe por otro lado, jugábamos nuestras cartas en ese aspecto, sabedores de que, a pesar de la teórica ventaja, iba a ser complicada la negociación. 

La reunión ha durado casi cuatro horas, con una pequeña pausa para llamarnos perro judío entre bromas...la hipocresía que no falte, claro. He podido "deleitar" un café de calcetín aguado, sin azúcar y tirando a templado que ha hecho que el regusto de revivir todas las atrocidades experimentadas con esa empresa durante el proyecto, quedase aún más marcado. 

Durante el proceso, hemos esgrimido cada uno nuestras cifras, números, etc. con cuidado de no dar pasos en falso para que el otro no se nos echara encima al menor descuido. Un fallo con el lenguaje o los números, implica esa ventaja al otro, el huequecito que necesita, para tirar todo por tierra

Yo no he preparado nada de la reunión, ya que el peso recaía sobre mis dos compañeros, que son los que han heredado la otra parte menos agradable del trabajo, que es cerrar el contrato con una empresa tras el fin de la relación laboral. En mi caso, mi presencia estaba justificada para ejercer un equilibrio entre los presentes y argumentar en determinados momentos, el devenir técnico del proceso. Baste decir que uno de los puntos de la discusión ha caído de nuestro lado tirando de memoria de lo ocurrido. 

El caso es que, tras esas casi cuatro horas, ha habido que llegar al tan temido acuerdo para evitar las demandas, los juicios, los procesos largos y tediosos con los abogados, etc. Ambas partes estábamos de acuerdo en que, de allí, algo en claro tenía que salir antes de llegar a ese extremo. 

Al final, no sin mucho pelear el debate, hemos acordado resumir determinados puntos en una cesión de argumentos que nos han hecho medio entendernos, salvando el mal mayor que serían las demandas. Ha habido que ceder por ambas partes para que el tiempo invertido haya valido la pena. 

En ese momento me he acordado del juego al que nos tienen acostumbrados nuestros políticos y me ha dado mucha pena. 

Algo así, como lo que me ha pasado a mí hoy, se podría perfectamente extrapolar porque, aunque hablemos de una empresa, de cantidades menores de dinero y de intereses particulares, en el fondo, había algo que no hay entre nuestros políticos:voluntad para el acuerdo, cediendo y manteniéndose firme. 

Hoy he aprendido algo bueno y algo malo. 

sábado, 27 de agosto de 2016

Aprender...siempre aprender

Cosas que he aprendido al tener que irme a vivir al extranjero:


- que mi casa está donde está mi familia.
- que vivir sin ellos es lo más difícil que me ha pasado en este tiempo (afortunadamente...lo más difícil).
- que cualquier sacrificio merece la pena si le acompaña una sonrisa de ellos. 
- a echar de menos las cosas que antes daba por hecho (una calle, un entorno, una charla en el barrio...)
- que, a pesar de estar fuera, soy un verdadero afortunado. Que antes de venir, también lo era.
- que mi país de acogida no es tan malo como dicen, pero tampoco tan bueno como lo pintan. Que no solo deben envidiar nuestro sol. 
- el significado de la palabra frustración. 
- que mi frustración no es nada comparada con la de muchos otros. 
- que no echo de menos nada relacionado con la clase política de mi país, que no está a la altura de la gente que lo habita. 
- que a veces mi anterior idea se contradice con el pensamiento de que tenemos lo que nos merecemos. 
- que cualquier experiencia (no traumática) puede provocar un cambio en uno. Que nosotros somos los que debemos decidir si queremos que sea positivo.
- A saber buscar más cosas positivas y poder disfrutar de ellas. 
- a seguir hacia adelante...
- que me queda mucho por aprender.
- que tengo que saber diferenciar lo urgente de lo importante. y anteponer los segundo. 
- que un día sólo seremos recuerdos y fotos y que entre medias la vida son dos días. Vuelvo al punto anterior.

Quiero anotarme todas estas cosas antes de que se me olviden, antes de que la rutina me aplaste con mis "problemas" diarios, porque quiero que un día, cuando me toque echar la vista a atrás, las cosas vividas, puedan tener el aspecto más positivo posible para sacar una media sonrisa y pensar que aprendí algo de todo esto.
Relativizar es la clave pero lo fundamental anda en la azotea. Qué gafas para ver la vida nos ponemos cada día. Yo casi siempre llevo las del pesimista acérrimo, las del que se contradice entre lo que dice y lo que hace, y otros días me pongo las de repuesto y aprendo que soy muy gilipollas. Mucho más de lo que ya pensaba, que no era poco.
Cada periodo de desconexión territorial, como antiguamente, me provoca un aluvión de sensaciones de todo tipo, de esas con las que te comes el mundo y el cocido ese con el que te regalan el viaje si te lo consigues acabar. Al rato, me hablan cuatro en ese idioma dialectado y me pondría a llorar como un niño por no entenderlo. Y eso es porque mi perspectiva no sigue una línea clara a la hora de ver las cosas, sino que da tumbos y pasa por los mil estados anímicos de un año lunar.

Por eso iremos anotando qué sacamos poco a poco en claro de las etapas de nuestra vida, con el fin de aprender cosas y de echar un rayajo al final de la cuenta y decir que no salió mal del todo, que pasamos un buen rato
e hicimos lo mejor que se pudo.